viernes, 1 de mayo de 2009

Decir las cosas por su nombre (adiós a los eufemismos):
¿influenza humana?


Recientemente la OMS ha decidido dar un nuevo nombre al virus AH1N1 mejor conocido como “influenza porcina”, y no ha de sorprendernos que lo hayan re-bautizado bajo el título de “influenza humana”. Esto debido a que según la OIE (Organización Mundial de la Sanidad Animal) “no hay pruebas que demuestren que el virus se transmitió de cerdos a humanos, sino sólo de humanos a humanos” (ver http://www.yucatan.com.mx/noticia.asp?cx=9$1051040000$4064787&f=20090501).
Salvándonos de caer en una discusión de alcances meramente lingüísticos (“¡como si aquí se tratara de una combinación dialéctica de los conceptos y no de la comprensión de relaciones reales!” –KM Grundrisse… p.10-) hemos de aclarar que este cambio de nombre, de ser aceptado por nosotros, por el pueblo y por el “habla común” imprime un TORCIMIENTO de la conciencia de los hechos y un desdibujamiento de las causas del fenómeno de la influenza.
El término “influenza porcina” nos remite directamente al problema, tal y como lo han manifestado brillantemente en sus artículos Alejandro Nadal (29. Abr. 09) y Silvia Ribeiro (28.Abr.09), publicados en el diario La Jornada. La génesis de la influenza, según su tesis, se encuentra en “el hacinamiento y el afán de rentabilidad rápida” que “han conducido a uno de los criaderos de agentes patógenos más peligrosos del mundo” (Nadal).

El deterioro de las condiciones de producción de la industria de la carne, gestionada por grandes transnacionales, constituye la “cuna de la influenza”. La génesis del virus en ese sentido sí sería “humana”, pero sólo si dejamos de lado que no es toda la humanidad la que está involucrada en la formación de éste, sino que se trata de CORPORACIONES CÁRNICAS que, guiadas por la “lógica de la valorización” (es decir, por la lógica de producir no objetos beneficiosos para la vida y la salud humana, sino objetos que resulten de procesos productivos diseñados para abaratar sus costos y culminar en la acumulación de capital), han creado complejos industriales monstruosos alojando millares de animales infectados e incrementando las posibilidades de contagio y de recombinación genética de las diversas cepas del susodicho virus.
Se trata, pues, de un producto de la recombinación genética de diversas cepas del virus de la Influenza que convergen en los cerdos, y que al estar amontonados en granjas intensivas (cerradas y bajo control de alta tecnología) incrementan sus índices de propagación.

Nada de lo antedicho es nuevo (http://www.grain.org/), pero tiene el sentido de recordar el vínculo orgánico entre el fenómeno que se tematiza y el MODO DE NOMBRARLO.

Muy otro es el sentido del término “influenza humana” recién circulante en el mercado de las palabras, que en la situación peculiar que atravesamos y que acabamos de describir constituye un EUFEMISMO que no sólo suaviza, sino confunde, el origen del problema y por ende entorpece los modos de enfrentarlo haciéndonos perder de vista quién es el enemigo.

Recurramos a la enciclopedia de todos (wikipedia), pues puede esclarecernos el punto:

“Un eufemismo es una palabra o expresión políticamente aceptable o menos ofensiva que sustituye a otra considerada vulgar, de mal gusto o tabú, que puede ofender o sugerir algo no placentero al oyente. También puede ser la palabra o expresión que sustituye a nombres secretos o sagrados para evitar revelar éstos a los no iniciados”.

¿Cuáles son los nombres secretos o sagrados que evitan revelarnos (a los no iniciados) la OMS, la OIE y su alcahuete Córdova?

Por supuesto SMITHFIELD (principal productor mundial de carne de puerco), Granjas Carroll (su subsidiaria en México), GLAXO y ROCHE (segunda y cuarta farmacéuticas más grandes del mundo).
Ellas son quienes controlan el sistema alimentario y salubre planetario (¿las que producen los virus más mortíferos? ¡carajo! ¿en qué mundo vivimos?). A toda costa, y en pos del estado de derecho mundial cuyos gobernantes son las corporaciones multinacionales, debemos guardar el secreto y preservar el tabú: ¡LLAMEMOS INFLUENZA HUMANA A LA INFLUENZA PORCINA! (culpabilizando a los vecinos de quienes nos debemos proteger ascéticamente y dejando de lado a los verdaderos responsables: los productores industriales que nada les importa más que la acumulación de capital); pero, sigamos aceptando este sistema (en su versión alimenticia y de salud con un buen taco de carnitas y un alkaseltzer) que la naturaleza y el hombre aun aguantan más explotación.

Queremos acentuar que el llamarle de uno u otro modo a este “apuercalipsis” no constituye un fin, ni pretendemos con ello resolver el problema mismo. Se trata tan solo de establecer un lenguaje común desmitificando el lenguaje oficial que, como dijera Eduardo Galeano, tiene la cabeza en los pies; es tan sólo una condición para mantenernos claros en esta oleada de oscurantismo:

Sólo podemos llamarle, pues, INFLUENZA PORCINA al virus que hoy nos aqueja, a riesgo de quedar “out of fashion” [fuera de moda], pues más vale decir las cosas por su nombre antes de que las cosas, disfrazadas, terminen enmudeciéndonos a todos.